Los pies caerán,
se irán a dormir...
la tierra, los sigue.
Rodillas llorosas
se hacen sentir.
Exaltan y piden.
Temen
desfallecen
sobre el látigo
de un asfalto
un tanto frío,
con bríos
y sin piedad.
Los abismos
del más allá
aturden como siempre,
gritarán desde dentro
donde se entrelazan
los dedos
de las manos,
el corazón
la mente...
La gracia
que es grata
se funde en
el alma
de nosotros
impúdicos...
Repletos de barro
postrados
sobre el asfalto
ése que es tan pulcro...
Su amor es vasto
Mi miseria indigna.
Me custodia el canto
eterno
del
ruiSeñor.
“La Dama de Ébano”

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